¡El nombre de ese misterioso benefactor de la humanidad es «capital»! El capital no consiste sólo en dinero, sino más específicamente en...

Sobre el capitalismo


¡El nombre de ese misterioso benefactor de la humanidad es «capital»!
El capital no consiste sólo en dinero, sino más específicamente en grupos
de hombres inteligentes y bien organizados que planean medios y maneras
de usar el dinero en forma eficiente para el bien público, y provechosa para
ellos mismos.
Estos grupos están constituidos por científicos, educadores, químicos,
inventores, analistas de sistemas, especialistas en publicidad, expertos en
transportes, contables, abogados, médicos y toda clase de personas que
disponen de conocimientos sumamente especializados en todos los campos
de la industria y de los negocios. Esos hombres y mujeres abren caminos y experimentan en nuevos campos abiertos a su iniciativa; sostienen
universidades, hospitales y escuelas; construyen buenos caminos; publican
periódicos; pagan la mayor parte del coste gubernamental y se ocupan de
los numerosos detalles esenciales para el progreso humano. En pocas
palabras, los capitalistas son el cerebro de la civilización, porque ellos
proveen la totalidad del material para la educación, la civilización y el
progreso.
Sin un cerebro que lo controle, el dinero es siempre peligroso. Si se lo
utiliza en la forma apropiada, es el elemento esencial más importante de la
civilización. Se puede tener una ligera idea de la importancia del capital
organizado si uno intenta imaginarse sin ayuda alguna del capital- cargado
con la responsabilidad de reunir los elementos para un sencillo desayuno y
servírselo a una familia.
Para conseguir el té tendría que viajar a China o a la India, y ambos países
se hallan a muchísima distancia de Estados Unidos. A menos que fuera un
excelente nadador, se cansaría bastante antes de completar el viaje.
Además, se encontraría también con otros problemas. Aun si tuviera las
fuerzas físicas suficientes para atravesar nadando el océano, ¿qué usaría
como dinero?
Para conseguir el azúcar, tendría que lograr una nueva marca de resistencia
natatoria para llegar a Cuba, o de marcha a pie hasta el sector de la
remolacha azucarera, en nuestro remoto estado de Utah. Pero, incluso así,
podría ser que regresara sin el azúcar, porque para su producción - sin
hablar de lo que representa refinarla, transportarla y servírsela en la mesa
del desayuno a cualquier habitante de Estados Unidos - se necesita tanto
esfuerzo organizado como dinero.
Encontraría los huevos en las granjas más próximas, pero otra vez tendría
que hacer una marcha de ida y vuelta muy larga hasta Florida para poder
servir jugo de pomelos.
Y le esperaría otra larga caminata a Kansas o a cualquier otro de nuestros
Estados cerealeros para conseguir pan de trigo.
No le quedaría más remedio que servir el desayuno sin cereales porque no
los conseguiría sin el esfuerzo de una mano de obra especializada y
organizada - sin hablar de las máquinas necesarias -, y todo eso requiere
capital.
Tras haber descansado, podría partir en un nuevo viajecito, a nado otra
vez, a América del Sur, donde cosecharía un par de plátanos, y, de regreso,
sólo le faltaría caminar un poquito más hasta la granja más próxima donde
tuvieran organizada la producción lechera para conseguir un poco de
mantequilla y crema. Entonces, su familia podría sentarse ya a disfrutar del
desayuno.
Parece un tanto absurdo, ¿verdad? Bueno, pues el procedimiento que acabo
de describirle sería la única manera posible de conseguir esos simples
artículos alimenticios si no contáramos con la bendición del sistema
capitalista.

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